– Me hizo una oferta -continuó finalmente-. Muy halagadora, pero que no quiero aceptar.

Peter la miró a los ojos sin acabar de creer lo que oía. Tanya no rechazaba ningún encargo si sabía que podía hacerlo y, después de veinte años juntos, Peter había aprendido que para su mujer escribir era tan vital como respirar. Aunque no hablara de ello, la escritura era una necesidad profunda y fundamental en su vida. Además, lo hacía muy bien. Peter estaba muy orgulloso de ella y respetaba enormemente su trabajo.

– ¿Otro libro de cuentos?

Tanya negó con la cabeza y respiró hondo de nuevo.

– Cine, una película. Al productor le gusta mi trabajo. Parece ser que es adicto a las telenovelas. El caso es que ha llamado a Walt y quería saber si yo podría escribir el guión.

Intentaba hablar en tono desenfadado, pero Peter le lanzó una mirada de sorpresa desde el otro lado de la mesa.

– ¿Te ha ofrecido escribir el guión para una película? -preguntó con la misma incredulidad que había sentido Tanya el día anterior-. ¿Y no lo quieres? ¿Qué pasa? ¿Es una película porno?

Era la única razón por la que Tanya rechazaría escribir el guión de una película. Era el sueño de su vida. No podía rechazar algo que llevaba soñando desde siempre.

– No -contestó Tanya riéndose-, hasta donde yo sé, no es porno. Bueno, o quizá sí.

Volvió a ponerse seria y, mirándole a los ojos, añadió:

– Simplemente, no puedo.

– ¿Por qué no? No se me ocurre una sola razón por la que quieras rechazarlo. ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Peter sabiendo que tenía que haber algo más.

– No puedo -dijo ella sin disimular la tristeza pero procurando no hacerse la interesante.

No quería que Peter se sintiese culpable por su negativa, puesto que era un sacrificio que ella deseaba hacer. En realidad, el sacrificio habría sido tener que ir a Los Ángeles. No quería separarse ni de él ni de las niñas.

– ¿Por qué no puedes? Explícamelo.

Se quedó sentado al otro lado de la mesa estudiándola con la mirada y Tanya supo que no iba a moverse hasta que se lo explicase.

– Tendría que residir en Los Ángeles durante el rodaje y solo podría venir a casa los fines de semana. No me apetece vivir así. Todos nos sentiríamos fatal; además, no voy a estar yo allí y vosotros aquí. Es el último año que las niñas van a estar en casa.

– Y también podría ser tu última oportunidad de hacer algo que llevas toda la vida soñando.

Ambos sabían que tenía razón.

– Aun así, sería una decisión equivocada. No voy a sacrificar a mi familia para trabajar en una película. No merece la pena.

– Si puedes venir los fines de semana, ¿por qué no? Además, las niñas nunca están en casa, se pasan la vida con sus amigos o en sus actividades deportivas. Creo que podría organizarme. Haríamos turnos para cocinar, y los viernes por la noche tú estarías de vuelta. A lo mejor podrías volar el lunes a primera hora. ¿Tan horrible te parece? Además, son solo unos meses, ¿no?

No cabía ninguna duda de que Peter estaba dispuesto a aceptar la situación. A Tanya se le llenaron los ojos de lágrimas. Era tan bueno con ella, tan honesto… A pesar de su generoso consentimiento, Tanya no quería marcharse. Podía ser muy duro para ambos.

– Cinco meses de rodaje, dos de preproducción y un mes o dos de posproducción, es decir, un total de ocho o nueve meses, lo que equivale a todo un curso escolar. Es mucho pedir, Peter. Te quiero más que nunca por permitírmelo, pero no puedo.

– Quizá sí que puedes -dijo él meditabundo. No quería privarla de algo que siempre había deseado con todas sus fuerzas.

– ¿Cómo? Para ti no es justo, yo te echaría terriblemente de menos y las chicas me matarían. Es su último año. Debo estar aquí, y quiero estar.

– Yo también te echaría de menos -dijo Peter con sinceridad-, pero quizá, por una vez en la vida, las chicas tengan que conformarse. Siempre estás aquí, dispuesta para cualquier cosa que te pidan. Para variar, no les vendría mal tener que ser un poco más independientes. Y a mí tampoco. Tanya, no quiero que te pierdas algo así. Quizá no vuelva a surgir otra oportunidad y no puedes dejarla pasar sin más.

Su actitud era tan entregada y tan bondadosa que Tanya casi se puso a llorar.

– Sí puedo dejarla pasar. Llamaré a Walt en cuanto salgas de casa y rechazaré la oferta -dijo Tanya con firmeza y serenidad, convencida de que era la decisión adecuada.

– No quiero que hagas eso. Dile que espere. Hablemos primero con las chicas.

Peter quería actuar con calma y tomar la decisión en familia, en provecho de Tanya, siempre que fuera posible y que las chicas se mostraran magnánimas. Por el bien de su madre, confiaba en que así fuera.

– Se sentirán totalmente abandonadas y con razón. En realidad, estaría fuera durante todo su último curso escolar y solo volvería los fines de semana. Y una vez empiecen a rodar la película, no sé con certeza si podré venir los viernes. Siempre se oyen historias espantosas sobre noches interminables de rodaje, fines de semana inacabables, planes que se desbaratan por completo y películas en las que los cálculos de tiempo y de presupuesto han resultado totalmente erróneos. A lo mejor se alarga más de lo previsto.

– El presupuesto es su problema; tú eres el mío. Quiero que busquemos una solución.

Tanya le miró con una sonrisa en los labios y se levantó para abrazarle. Le rodeó con los brazos y le dio un beso.

– Eres maravilloso y te quiero, pero créeme, no funcionaría.

– No seas tan derrotista. Por lo menos debemos intentarlo. Esta noche, cuando volvamos, hablaremos con las niñas. Y no iremos a cenar, iremos a celebrarlo.

De repente, cayendo en la cuenta de un pequeño detalle, le preguntó:

– ¿Cuánto te han ofrecido?

Tanya sonrió un instante, todavía sorprendida por la cifra, y después la soltó. Se hizo un silencio sepulcral en la cocina durante un largo minuto que Peter rompió con un silbido.

– Más vale que aceptes. El año que viene tendremos que pagar tres matrículas universitarias, pero con el dinero que te han ofrecido sería una minucia. Es una cantidad increíble. ¿De verdad ibas a rechazarlo?

Tanya asintió.

– ¿Por nosotros? -preguntó Peter.

Tanya volvió a asentir sin dejar de abrazarle.

– Cariño, estás loca. Voy a mandarte ahora mismo a Los Ángeles para que te pongas a trabajar a destajo. ¡Por todos los diablos! Si se dispara tu carrera como guionista cinematográfica, debería pensar en retirarme.

Aunque las revistas literarias no suponían grandes ingresos para Tanya, se había ganado decentemente la vida con la escritura. Con las telenovelas había ganado un buen pellizco y, desde luego, la cantidad que le ofrecían por la película de Douglas Wayne era sencillamente increíble. Peter estaba realmente impresionado con la oferta.

– Además, me ofrecen un bungalow en el hotel Beverly Hills durante toda mi estancia allí, o si lo prefiero, un apartamento o una casa. Y todos los gastos pagados.

Tanya le dio los nombres del director y de las estrellas del reparto y Peter volvió a silbar. No era solo una oportunidad de oro. Era una de esas ocasiones que se presentan una sola vez en la vida y que te permiten alcanzar el cielo con las manos. Y ambos lo sabían. Peter no entendía que Tanya pudiera rechazarla y temía que, de hacerlo, se arrepintiera el resto de su vida y acabase por guardar rencor a su familia. Era rechazar algo muy importante.

– Tienes que hacerlo -dijo abrazándola-. No permitiré que digas que no. A lo mejor deberíamos mudarnos todos a Los Ángeles durante un año.

A Tanya le habría gustado esa solución, pero solo había sido una broma de Peter. No podían hacerlo. Su marido tenía una sólida carrera como socio en su bufete de abogados, y lo lógico era que las mellizas terminaran su etapa escolar en el colegio al que habían asistido toda su vida. Si alguien iba a ir a Los Ángeles sería Tanya, y sola. Pero eso era precisamente lo que ella no quería. Sin embargo, al mismo tiempo, la idea le producía una extraña excitación. Era la realización de un sueño y una cantidad de dinero increíble para ambos.

Pero jamás había sacrificado a su familia en favor de su carrera y no era el momento para empezar a hacerlo.

– No seas tonto -dijo Tanya con una sonrisa melancólica-. Solo el hecho de que me hayan escogido a mí para hacer el guión ya me satisface.

– Esperemos a ver qué dicen las niñas esta noche. Dile a Walt que estás pensándolo, y Tanya -continuó Peter mirándola con cariño y abrazándola con fuerza-, quiero que sepas que estoy orgulloso de ti.

– Gracias por tomártelo tan bien. Todavía no puedo creer que me hayan escogido… Douglas Wayne…, debo reconocer que es bastante alucinante.

– Muy alucinante -dijo él echando un vistazo a su reloj.

Ya llegaba una hora tarde al trabajo, pero no era una noticia cualquiera.

– ¿Dónde quieres que vayamos a cenar esta noche?

– A algún sitio tranquilo donde podamos hablar.

– ¿Qué te parece Quince? -propuso Peter.

– Perfecto.

Era un pequeño restaurante romántico en Pacific Heights con una carta excelente.

– Vas en taxi y luego volvemos juntos a casa, ¿de acuerdo? Vaya, tenemos una cita.

Unos minutos más tarde, Peter le dio un beso de despedida y cuando se hubo marchado, Tanya suspiró, miró el teléfono, lo descolgó y llamó a Walt. No sabía muy bien qué decirle. Creía haber tomado una decisión la noche anterior, pero, al parecer, no había sido así. Todavía no se veía aceptando la propuesta y cuando se lo contó a Walt, este lanzó un gruñido.

– ¿Qué debo hacer para convencerte de que no tienes elección?

– Diles que rueden aquí la película -replicó Tanya sintiéndose presionada.

Hasta Peter había hecho que pareciera viable. Sin embargo, en el fondo de su corazón, Tanya sabía que por muy predispuesto que se mostrase su marido, no era factible y sospechaba que sus hijas compartirían su opinión. No era el año más indicado para tener a su madre lejos.

– Espero que Peter te convenza, Tanya. Por Dios, si tu marido está de acuerdo, ¿qué es lo que te preocupa? No va a divorciarse de ti solo porque estés nueve meses en Los Ángeles.

– Nunca se sabe -dijo Tanya riéndose.

No era ese su miedo, pero también era consciente de que la distancia no era buena consejera en un matrimonio. Además, ella era feliz a su lado y solo podía pensar en lo desgraciada que iba a sentirse durante todos esos meses separada de él toda la semana.

– Llámame mañana. Le diré a Doug que no he logrado hablar contigo todavía. Cuando le comenté lo mismo ayer, me dijo que merecía la pena esperarte. Quiere que seas tú quien escriba ese guión.

Tanya se contuvo y no pronunció ese «yo también» que bullía en su interior. Sabía que no podía dejar que todo aquello la embaucase. Era solo un sueño, un sueño que la había acompañado toda su vida, por qué negarlo, pero un sueño que no podía permitirse.

Después de colgar, continuó trabajando en su relato. Jason apareció por la cocina a mediodía y le preparó el desayuno. Estuvieron charlando un rato y después, a media tarde, llegaron las chicas. No les contó nada acerca de la oferta. Primero quería discutirlo un poco más con su padre.

A las seis empezó a arreglarse para ir a cenar y, una hora más tarde, cogía un taxi en dirección a la ciudad con la película ocupando de nuevo sus pensamientos. De repente, incluso le dio pena salir de casa aquella tarde. Se sentía como una barca a la que la corriente arrastrara río abajo, a la deriva, fuera de control. Cuando llegó al restaurante, Peter ya la estaba esperando. Disfrutaron de una cena estupenda y cuando llegó el postre, volvieron a hablar de ello. Peter insistió en que, después de darle vueltas a la situación, quería que aceptase el proyecto. Puesto que al día siguiente era sábado, propuso que la familia se reuniese para discutirlo.

– Eres tú quien tiene que tomar la decisión, Tanya. Ni tan siquiera yo puedo decirte qué debes hacer. Y no debes permitir que los chicos tomen la decisión por ti, porque no tienen ese derecho. Aunque puedes preguntarles qué piensan al respecto.

– ¿Y qué piensas tú? -preguntó Tanya mirándole con pesar, sintiendo como si fuera a perder a todas las personas y todas las cosas que amaba.

Sabía que era una sensación estúpida, pero no podía evitarlo. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Peter tomó la mano de Tanya entre las suyas.

– Ya sabes lo que pienso, cariño. Sé que es duro, pero creo que debes hacerlo. No por el dinero, aunque no negaré que es tentador y que sería razón suficiente para aceptar. Sin embargo, creo que debes decir que sí porque ha sido tu sueño desde siempre. Tienes que intentarlo. Aunque al principio les cueste, las chicas acabarán acostumbrándose. Y yo también. Son solo unos meses; no será para siempre. Uno no puede cerrar la puerta a sus sueños, Tanya, y menos cuando entran en casa y se lanzan a tus brazos. Algo me dice que es el destino y que podemos conseguirlo… Puedes hacerlo. Tienes que hacerlo. No puedes dar la espalda a tus sueños, Tan -añadió con suavidad-. Ni siquiera por nosotros.