– Pero sabe ganar dinero, de modo que lo disculpan, ¿no es verdad? -preguntó sarcásticamente Lisa.
Sam rehusó morder el anzuelo y preguntó a su vez:
– Si tanto le desagrada, ¿por qué trabaja para él?
– En vista de que esta actividad depende en forma directa de la construcción de viviendas, ¿necesita preguntar eso?
Él se limpió los labios con una servilleta.
– No, creo que ahora no hay muchas oportunidades de empleo, ¿eh?
Ella pinchó la rodaja carnosa de tomate que estaba en la ensaladera, como si se tratara del vientre redondo de Thorpe.
– Lo que más me desagrada de él es su costumbre de escupir saliva con tabaco apuntando a mis pies.
Brown rió, y Lisa lo miró con una expresión maligna en la cara.
– ¿Puedo revelarle una broma muy personal? ¿Un chiste de verdad irrespetuoso?
– Me encantan los chistes irrespetuosos.
Lisa se mordió el labio inferior, y después confesó:
– A solas, cuando estoy enojada con mi jefe, lo cual suele sucederme, lo llamo usando sus iniciales.
– ¿Cuáles son?
– F.A.T. * -Brown se recostó en el respaldo de su asiento y rió mientras ella continuaba diciendo:
– A Thorpe no le agrada que se sepa que hay una inicial intermedia. Quizá por eso me complace tanto incluirla.
Las finas líneas blancas de alrededor de los ojos de Brown desaparecieron cuando sus labios se distendieron en una sonrisa, mientras miraba a Lisa atacar con insistencia el tomate. Los ojos de Brown se posaron en los pómulos altos y anchos, en la nariz orgullosa y recta, en los cabellos negros recogidos tras las orejas formando un moño suave y abultado, en la piel cobriza y los ojos casi negros.
– Usted es india, ¿verdad?
Los ojos de Lisa centellearon desafiantes, y las plumas se balancearon junto a su barbilla.
– Un cuarto cheroqui. Y Thorpe nunca permite, que lo olvide.
Brown miró las plumas, pero se abstuvo de formular comentarios.
– En otras palabras, que el viejo Thorpe sabe de qué lado está la mantequilla de su rebanada, ¿verdad?
– Así es. Me ha pedido por lo menos cinco veces que aceptara el título honorario de vicepresidenta.
– Veamos. -Brown se inclinó hacia delante. -De ese modo él podría afirmar que es un contratista que da trabajo a miembros de las minorías, ¿verdad?
Ella sonrió de mala gana.
– Y por lo tanto podría presentar ofertas en todas las obras relacionadas con los programas de ayuda a las minorías, las obras que el gobierno federal se propone realizar; podría presentarse como contratista principal o como subcontratista. Como usted sabe, parece que ahora son los proyectos más lucrativos.
Él la examinó frunciendo las gruesas cejas negras que parecían bumeranes.
– Entiendo que usted haya rechazado la vicepresidencia.
– Con muchísimo placer.
De nuevo Sam Brown se inclinó en su asiento y rió de buena gana.
– En Kansas City hay unos pocos contratistas que sonreirían de oreja a oreja si supieran que alguien le ha jugado una mala pasada a Floyd A. Thorpe, después de todas las veces que él los ha engañado.
– Yo sonreiría también con mucho entusiasmo por el placer de incomodar a Thorpe si no fuera por el aumento de sueldo.
– ¿Sería más sensato decir que le está aplicando el tratamiento cheroqui? -bromeó Sam, mirando con mucha atención a Lisa.
Ella sonrió y sus ojos oscuros chispearon un momento antes de que una expresión pensativa los dominara. Movió unos trozos de lechuga en el cuenco de la ensalada y juntó las manos bajo la barbilla. Apoyó un codo sobre la mesa, afirmó el otro antebrazo contra el borde y tamborileó sobre el vidrio húmedo del vaso frío.
– Verá -murmuró, mirando los cubitos de hielo en el vaso vacío-. Mi orgullo no me permite adoptar ciertas actitudes. Ni siquiera por dinero.
– Pero creí que usted decía que el dinero era la razón por la cual había aceptado este empleo.
– En efecto, era la razón. Pero ahora gano lo suficiente para mantenerme. Es todo lo que necesito.
Lisa vio que los ojos de Sam Brown se fijaban en la mano que jugaba con el vaso. Mostraba únicamente una turquesa grande y ovalada engastada en una base de plata.
– ¿No está casada? -preguntó él.
Los ojos de Brown se elevaron, encontraron la mirada de Lisa, y los dedos de la joven cesaron de tamborilear sobre el vaso húmedo.
– No -contestó ella, y comprendió que debía aclarar su respuesta; después, desechó su conciencia, y pensó que no le debía nada a aquel hombre. En todo caso, solo estaban compartiendo una mesa… dos extraños en una ciudad solitaria, lejos del hogar.
Llegó el plato principal, y Sam Brown cambió de tema.
– Entiendo que nuestro amigo comenzará a subirse por las paredes cuando se entere de que usted ha perdido el concurso, ¿eh?
Lisa miró a su interlocutor, sonrió y dijo:
– Usted sí tiene un sentido irrespetuoso del humor, ¿no es verdad? En todo caso, él está siempre perdiendo los estribos por una razón o por otra. En su caso es un modo de vida. Si no se descontrola porque perdió la licitación, usará como pretexto que yo me quedé a pasar la noche aprovechando la tarjeta de crédito de su preciosa empresa… precisamente lo que me advirtió que no hiciera.
– Pero usted lo hace de todos modos. -El ceño fruncido unió las cejas de Brown.
– Tenía que hacer eso o llegar a Kansas City en mitad de la noche, después de perder el vuelo de las seis de la tarde. Después del día que he pasado, no deseaba estar media noche en un avión.
– Y todo porque yo tenía su maleta, ¿verdad?
Lisa encontró la mirada de Brown, pero se limitó a encogerse de hombros y volvió a su cena.
La camarera les trajo café, e interrumpió por un momento la conversación. Cuando de nuevo estuvieron solos, Lisa estudió reflexivamente a Sam y preguntó:
– Si usted ha estado trabajando en Kansas City el tiempo suficiente como para conocer las dudosas prácticas comerciales de mi ilustre jefe, ¿por qué no nos hemos visto antes?
– Quizá porque nos dedicamos sobre todo a los contratos de lampistería, y solo hace un tiempo decidimos pasar a la distribución de agua y el tratamiento de aguas residuales.
– ¿Nosotros? -preguntó ella con curiosidad-. ¿Quién es el otro Brown en la firma Brown & Brown?
– Fue mi padre. Era el hombre que conocía los secretos de los contratistas de toda la ciudad. Estuvo años enteros en el sector de los contratos de construcción.
– ¿Estuvo?
– Falleció hace cuatro años -dijo Sam con voz neutra, mientras cortaba su chuleta.
– Yo… lo siento.
Él la miró animado.
– No es necesario. Mi padre tuvo una vida excelente, consiguió todo lo que siempre deseó, y cuando falleció era un hombre feliz… murió nada menos que en un campo de golf, en el sexto hoyo. -Sus ojos pardos pestañearon-. El sexto hoyo siempre le acarreó problemas.
Aunque Sam Brown relató todo esto sin tristeza evidente, Lisa se sintió avergonzada por estar compartiendo de ese modo un relato personal cuando apenas conocía a su interlocutor. Pero él continuó.
– Era un noruego que bebía mucho y trabajaba duro…
– ¿Un noruego llamado Brown?
– El nombre deriva de Brunvedt, que era el apellido de la familia.
– Discúlpeme… lo he interrumpido.
– Como le decía, era un noruego de carácter fuerte, y cuando afirmo que él hizo todo lo que quería, eso incluyó desobedecer las órdenes del médico. Sufrió un pequeño ataque y le ordenaron que viviera tranquilo algunos meses; pero, cuando a un noruego obstinado se le mete en la cabeza que quiere salir a jugar golf, nadie puede impedírselo.
Lisa comprobó que ahora disfrutaba con la compañía de Sam Brown, y ella misma se sorprendió al contestar:
– Y cuando a un noruego obstinado se le mete en la cabeza que saldrá a cenar con una mujer, tampoco nadie puede impedírselo, ¿verdad?
Sam esbozó una sonrisa al ver el moño que los cabellos formaban detrás de las orejas de Lisa; y después miró los ojos de la joven y por último sus labios. Lisa pensó que de ningún modo se parecía a cualquiera de los noruegos que ella había llegado a conocer. Tenía los cabellos castaños y la piel tan bronceada que parecía reflejar la cara de la propia Lisa. Mientras levantaba la taza de café y, sin quitarle los ojos de encima, dijo en broma:
– Bien, después de todo no fue tan doloroso, ¿verdad?
Ella hubiera deseado contestar de otro modo, pero comprobó que eso era imposible.
– En efecto, no fue tan difícil -dijo.
– Tal vez podamos volver a hacerlo en Kansas City.
Durante un momento ella se sintió tentada, pero al recordar los aspectos menos favorables de la personalidad de Brown, le advirtió:
– No trace planes en ese sentido. A menos que yo gane una licitación.
– Hum… -Levantó su taza de café. Los ojos maliciosos chispearon por encima del borde de la taza-. Tal vez valga la pena arreglar un concurso a su favor la próxima vez.
– No dudo de que usted es capaz de hacerlo. -Lo estudió unos instantes, y después reconoció-. Tengo la costumbre de asignar títulos a la gente a la cual conozco. ¿Sabe cuál le he aplicado?
– ¿Cuál?
Los ojos de los dos se cruzaron en un agradable duelo de ingenio.
– El honorable Sam Brown.
– Eh, me agrada… muy inteligente.
– Y su expresión es del sarcasmo más puro y concentrado. Brown, usted es un canalla muy deshonesto, y yo no sé por qué estoy ahora sentada en esta mesa con usted.
Él inclinó la silla hasta que esta quedó sobre dos patas.
– Porque usted deseaba comprobar si soy tan pervertido como se desprende de mí material de lectura. Dicen que todas las mujeres se sienten atraídas por el tipo equivocado por lo menos una vez en su vida. ¿Quién sabe? Quizá es lo que yo represento para usted.
– Y quizá no. -Lisa inclinó la cabeza y observó con detenimiento a Brown. Era un ejemplar masculino de aspecto sumamente agradable… ella tenía que reconocerlo. Y su malévolo sentido del humor no era hiriente. Pero Lisa recordó de nuevo que Brown no era el tipo de hombre con el cual ella podía intercambiar escarceos sexuales. Las conversaciones de esta clase causaban vibraciones que decían mucho más que lo que se expresaba en las meras palabras, y ella de ningún modo estaba preparada para aceptar otra vez esas vibraciones. Sus heridas no se habían curado después de su última y desastrosa relación. Pero incluso, mientras se autocriticaba por incurrir en ese toma y da, los ojos de Sam se mantuvieron fijos en ella, mientras su silla se sostenía de nuevo sobre las cuatro patas. Sam apoyó los brazos sobre el borde de la mesa y se inclinó un poco hacia ella.
– Dígame -preguntó, en voz grave e íntima- ¿Qué le pareció la mujer tendida sobre la roca, al lado del río?
¡No estaba dispuesta aparecerse a una adolescente vergonzosa a quien sorprendían espiando los pechos de una africana en un ejemplar de la revista National Geographic! Lisa miró a Brown a los ojos y replicó sin vacilar:
– El fotógrafo seguramente se olvidó de untar la cara interior de la pantorrilla derecha y el agua no llegó hasta allí.
Sam Brown la recompensó con una risa sonora y apreciativa, mientras Lisa censuraba su propia conducta y su actitud demasiado precoz. Un momento después él depositó su servilleta sobre la mesa, recogió la cuenta, y estaba de pie detrás de la silla de Lisa, esperando para retirarla. Pero antes de ejecutar el movimiento, se inclinó hasta quedar muy cerca y, hablando casi al lado de una de las plumas, dijo:
– El jefe Toro Sentado la habría expulsado de la tribu si él hubiera, ja… ja… -Se apartó a tiempo-. ¡Achís!
Ella lo miró por encima del hombro, y con los labios dibujó una sonrisa descarada.
– Dios mío, Brown, parece que usted es alérgico a mi persona. No se acerque tanto la próxima vez.
El estaba limpiándose la nariz con un pañuelo.
– Es ese perfume que usted usa.
– Le presento mis disculpas -sonrió ella, sin sentir el más mínimo arrepentimiento.
Pensó que así estaba bien. Ella no tenía ningún motivo para compartir con él la cena. Pero de todos modos necesitaba sonreír y lo hizo pues en el camino de regreso a sus respectivas habitaciones estornudó tres veces más y, cuando llegaron a la puerta de la habitación de Lisa, Brown se mantenía a respetable distancia.
Capítulo 3
Floyd A. Thorpe tenía su oficina más o menos como sus dientes…manchados en los bordes. Planos enrollados, muestras de suelos, taladros, accesorios para caños de hierro fundido, clavijas, la correspondencia recibida, llaves inglesas y francesas, y tazas de café usadas… el conjunto creaba un montón casual de restos rara vez ordenado o desempolvado, pues Floyd se irritaba especialmente si alguien interfería en su desorden especial. La habitación tenía un olor desagradable, una combinación de tabaco de mascar rancio, polvo, alcohol expuesto al aire, alquitrán y arcilla seca, todo mezclado con el olor peculiar del hierro fundido. Cuando Lisa se había incorporado a la empresa de Construcciones Thorpe, Floyd estaba en uno de sus períodos esporádicos de abstinencia, en esos momentos se mostraba menos abusivo y más razonable. La oficina estaba más limpia, y lo mismo podía decirse de Floyd.
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