– Vamos a ver qué has hecho ahora, pequeño monstruo -dijo Nicolai, y rió al ver la expresión de su cara, mientras observaba con el rabillo del ojo que su abuela se había vuelto de espaldas para disimular una sonrisa.

Natalia estaba pálida como la cera; en cambio, Zoya se había ruborizado.

– ¡Tú no te metas en esto! -dijo la joven, mirando enfurecida a su hermano.

– ¿Qué ocurre ahora, pequeña? -preguntó Konstantin en tono burlón hasta que advirtió la mirada de reproche de su mujer.

Natalia le reprochaba que fuera demasiado blando con su hija.

– Al parecer -dijo esta en tono indignado-, Alix le ha hecho un regalo completamente ridículo y yo no pienso permitir que se lo quede.

– Vaya por Dios, ¿de qué se trata? ¿Son sus famosas perlas? Acéptalas por lo que más quieras, cariño, ya tendrás ocasión de lucirlas más adelante.

Konstantin se encontraba de buen humor tras su conversación con Nicolai, por lo que ambos hombres intercambiaron una mirada de complicidad por encima de las cabezas de las mujeres.

– Eso no tiene ninguna gracia, Konstantin, y espero que le digas exactamente lo mismo que yo. Tiene que librarse de eso enseguida.

– Pero ¿qué es? ¿Una serpiente amaestrada? -preguntó Nicolai en broma.

– No, es uno de los cachorros de Joy. -Zoya miró con ojos suplicantes a su padre-. Papá, por favor…, si prometo cuidarla yo misma y tenerla siempre en mi habitación para que mamá no la vea…, por favor…

Las lágrimas temblaron en sus ojos y el padre se enterneció al verla cruzar el salón con los ojos encendidos de rabia.

– ¡No! ¡Los perros transmiten enfermedades y todos sabéis muy bien lo delicada que estoy de salud!

En aquellos momentos, Natalia no parecía precisamente una persona delicada, de pie en el centro de la estancia y con el rostro contraído en una mueca de furia. Konstantin recordó la atracción que sintió por ella la primera vez que la vio. Sin embargo, Natalia era una mujer muy difícil.

– A lo mejor, si la dejáramos en la cocina… -dijo, y miró esperanzado a su mujer.

– Siempre cedes ante ella, ¿verdad, Konstantin? -replicó Natalia, dirigiéndose hacia la puerta.

– Cariño, no debe de ser una perra grande. La madre es muy pequeña.

– Y, además, tiene otros dos perros y un gato, y el hijo está constantemente al borde de la muerte.

Natalia se refería a la enfermedad crónica del zarevich Alexis.

– Eso no tiene nada que ver con los perros. Tal vez la abuela podría tenerla en su casa…

Konstantin miró esperanzado a su madre y esta sonrió, disfrutando en su fuero interno de la escena. Era muy propio de Alix regalarle un perro a Zoya, a sabiendas de lo mucho que enfurecería a su madre. Siempre había existido una rivalidad secreta entre ambas, aunque Alejandra era al fin y al cabo la zarina.

– La acogeré con gusto en casa -dijo la anciana condesa.

– Muy bien.

Konstantin se alegró de haber encontrado la mejor solución, pero, en aquel momento, oyó un portazo y comprendió que no volvería a ver a su mujer hasta la mañana siguiente.

– Desde este ambiente tan festivo -dijo Nicolai, mirando a su alrededor con una sonrisa al tiempo que se inclinaba ceremoniosamente ante su abuela-, regresaré a la tranquilidad del cuartel.

– Más te vale -le replicó su abuela con ironía, disimulando apenas una sonrisa mientras el joven le daba un cariñoso beso-. Tengo entendido que estás hecho un calavera, querido.

– No creas nada de lo que te cuenten. Buenas noches, abuela. -Nicolai la besó en ambas mejillas y tocó suavemente el hombro de su padre-. En cuanto a ti, bestezuela… -añadió, dándole a Zoya un leve tirón de la melena pelirroja mientras ella lo miraba sin ocultar el amor que le profesaba-, pórtate bien y no vuelvas a casa con más animalitos. Volverás loca a tu madre.

– ¡A ti nadie te ha pedido la opinión! -dijo ella, besándole por segunda vez-. Adiós, muchacho perverso.

– No soy un muchacho sino un hombre, aunque dudo que tú pudieras comprender la diferencia.

– La comprendería si viera a alguno.

Desde la puerta Nicolai se despidió de todos con una expresión burlona en el rostro y marchó a visitar, probablemente, a su pequeña bailarina.

– Es un chico encantador, Konstantin. Me recuerda mucho a ti cuando eras joven -dijo la anciana condesa con orgullo mientras su hijo la miraba sonriente y Zoya se sentaba en un sillón con cara de hastío.

– Pues a mí me parece un antipático.

– Él habla de ti en términos más halagüeños, Zoya Nikolaevna -dijo cariñosamente su padre. Estaba orgulloso de ellos y los amaba con todo su corazón. Se inclinó para besar a su hija en la mejilla y después sonrió a su madre-. ¿De veras vas a quedarte con la perrita, mamá? -preguntó a la condesa Eugenia-. Temo que Natalia nos eche a todos de casa si intento convencerla.

Konstantin reprimió un suspiro. A veces deseaba que su mujer tuviera un carácter menos difícil, sobre todo cuando su madre la miraba con silencioso reproche. Sin embargo, Eugenia Ossupov ya tenía una opinión formada sobre su nuera desde hacía bastante tiempo, y nada de lo que esta hiciera la modificaría en ningún sentido.

– Pues, claro. Me encantará tener una pequeña amiga. -La abuela se volvió y miró a Zoya con expresión divertida-. ¿Cuál de los perros la engendró? ¿Charles, el del zarevich, o el pequeño bulldog francés de Tatiana?

– Ninguno de ellos, abuela. Es hija de Joy, la cocker spaniel de María. Es un encanto, abuela, y se llama Sava -contestó Zoya, sentándose como una chiquilla sobre las rodillas de su abuela mientras la condesa apoyaba amorosamente una mano sobre su hombro.

– Pídele que no bautice mi alfombra Aubusson preferida y nos haremos buenas amigas, te lo prometo.

Eugenia Petrovna acarició la melena pelirroja que cubría los hombros de Zoya. Le encantaban las suaves caricias de su abuela desde que era pequeña. Ahora levantó el rostro y besó cariñosamente la mejilla de la anciana.

– Gracias, abuela. Me apetece tanto tenerla.

– La tendrás, pequeña, la tendrás… -La condesa se levantó y se acercó despacio a la chimenea, sintiéndose un poco fatigada pero contenta. Zoya fue en busca de la perrilla. La condesa miró a Konstantin y le pareció que había transcurrido solo un instante desde que este era tan joven como Nicolai. Los años pasaban volando, pero siempre fueron amables con ella. Su marido había tenido una vida muy satisfactoria. Muerto hacía tres años, a los ochenta y nueve, ella siempre se consideró afortunada por haberlo amado. Ahora Konstantin se lo recordaba, sobre todo cuando lo veía con Zoya-. Es una chiquilla encantadora, Konstantin Nicolaevich, una muchacha preciosa.

– Se parece mucho a ti, mamá.

Eugenia sacudió la cabeza, pero Konstantin pudo ver conformidad en sus ojos. A veces, la condesa veía en su nieta muchas características suyas y se alegraba de que Zoya no se pareciera a su madre. Incluso cuando la joven desobedecía a su madre, la condesa lo aprobada por considerarlo una prueba de que por las venas de Zoya corría su propia sangre, lo cual molestaba sobremanera a Natalia.

– Es original y distinta de todos. No debemos imponerle nuestros criterios y defectos.

– ¿Cuándo tuviste tú algún defecto? Siempre has sido buena conmigo, mamá…, con todos nosotros…

La condesa era una mujer unánimemente querida y respetada por sus sólidos principios y convicciones. Konstantin conocía su prudencia y procuraba seguir sus acertados consejos.

– ¡Aquí la tienes, abuela! -exclamó Zoya, entrando de nuevo con la minúscula perrita en brazos. La condesa la tomó con sumo cuidado-. ¿No te parece bonita?

– Es preciosa… y lo seguirá siendo hasta que se coma mi mejor sombrero o mis zapatos preferidos…, pero no quiera Dios que estropee mi alfombra Aubusson favorita. Como lo hagas -añadió, acariciando la cabecita del animalito tal como antes hiciera con el cabello de Zoya-, prepararé una sopa contigo. ¡No lo olvides! -La pequeña Sava emitió un ladrido a modo de respuesta-. Alix ha sido muy amable haciéndote este regalo. Espero que le hayas dado las debidas gracias.

Zoya rió y se cubrió graciosamente la boca con una mano.

– Temía que mamá se disgustara.

La abuela rió mientras Konstantin disimulaba una sonrisa por respeto a su mujer.

– Veo que conoce muy bien a tu madre, ¿verdad, Konstantin? -dijo la condesa, mirando a su hijo directamente a los ojos para que la entendiera.

– La salud de la pobre Natalia no es muy buena últimamente. Puede que más adelante…

– Dejémoslo, Konstantin. -La condesa viuda hizo un impaciente gesto con la mano y, sin soltar la perrita, le dio a su nieta un beso de buenas noches-. Ven a vernos mañana, Zoya, ¿o acaso piensas volver a Tsarskoe Selo? Debería ir contigo cualquier día de estos para visitar a Alix y a los niños.

– Mientras estén enfermos no lo hagas, mamá, te lo suplico… Además, con este tiempo el viaje sería demasiado duro para ti.

– No seas necio, Konstantin -dijo la condesa riendo-. Tuve el sarampión hace casi cien años, y el mal tiempo nunca me asustó. Estoy muy bien, gracias a Dios, y pienso seguir estándolo por lo menos otros doce años, o tal vez más. Lo digo completamente en serio.

– Excelente noticia -repuso Konstantin sonriendo-. Te acompañaré al pabellón.

– No digas tonterías. -La condesa se despidió con la mano mientras Zoya iba por su capa y al regresar se la echaba sobre los hombros-. Soy perfectamente capaz de cruzar sola el jardín, ¿sabes?, lo hago varias veces al día.

– En tal caso, no me niegue el placer de hacerlo con usted, madame.

– De acuerdo, pues, Konstantin. Buenas noches, Zoya.

– Buenas noches, abuela. Y gracias por guardarme a Sava.

La anciana le dio a su nieta un cariñoso beso y Zoya subió a su dormitorio malva mientras ellos salían al frío jardín. Zoya bostezó perezosamente y sonrió al pensar en la perrita que María y su madre le habían regalado. Fue un día delicioso. Cerró con cuidado la puerta del dormitorio y se hizo la firme promesa de regresar a Tsarskoe Selo en cuestión de uno o dos días. Pero entretanto tendría que pensar en algo bonito para llevarle a Mashka.

3

Dos días más tarde, cuando Zoya tenía previsto regresar a Tsarskoe Selo para ver a María, se recibió una carta por la mañana antes del desayuno. La entregó el propio doctor Fedorov, el médico de Alexis, que se había desplazado a la ciudad para recoger unos medicamentos y trajo la desagradable noticia de que María también había sucumbido a la enfermedad. Zoya leyó la nota consternada. No solo no podría visitar a su prima de momento, sino que, a lo mejor, ambas tardarían varias semanas en reencontrarse, pues, según dijo el doctor Fedorov, María no podría recibir visitas durante algún tiempo. Todo dependería del curso de la enfermedad. Anastasia ya sentía algunas molestias en el oído a causa de la dolencia, y mucho se temía el médico que el zarevich hubiera contraído una pulmonía.

– Oh, Dios mío… -exclamó Natalia en tono quejumbroso-. Y tú estuviste expuesta al contagio, Zoya. Te prohibí terminantemente que fueras y ahora corres peligro de enfermar… ¿Cómo has podido hacerme eso? ¡Cómo te has atrevido!

Se puso casi histérica al pensar en la dolencia que Zoya pudiera haber traído involuntariamente a la casa. Konstantin apareció justo a tiempo para presenciar el desmayo de su mujer y ordenó a la doncella que fuera al piso de arriba en busca del frasco de sales. Lo había encargado a Fabergé especialmente en forma de fresa para Natalia y ella lo tenía siempre al alcance de la mano sobre su mesilla de noche.

El doctor Fedorov tuvo la amabilidad de quedarse hasta que Natalia se retiró a su dormitorio mientras Zoya garabateaba una breve nota para su amiga. Le deseaba una pronta recuperación para que ambas pudieran volver a reunirse cuanto antes, y firmaba en su nombre y en el de Sava, la cual había regado generosamente la célebre alfombra Aubusson justo la víspera, aunque de todos modos la abuela se quedó con ella, amenazando sin embargo con convertirla en sopa si su comportamiento no mejoraba de inmediato.

«… Te quiero muchísimo, mi dulce amiga. Ahora ponte bien enseguida para que yo pueda ir a verte.» Le enviaba a su prima dos libros, uno de ellos Los hijos de Elena, que había leído hacía apenas unas semanas y en todo caso tenía intención de regalárselo. Añadía después una posdata, advirtiéndole que no utilizara su enfermedad como excusa para hacer trampa en el tenis, tal como ambas habían hecho el verano anterior en Livadia, jugando con dos hermanas de María. Era su juego preferido y María destacaba por encima de todas, aunque Zoya siempre amenazaba con ganarla. «… Iré a verte en cuanto tu madre y el médico me lo permitan. Con todo mi corazón, tu Zoya que te quiere.»